viernes, 31 de agosto de 2007

OTRO VIEJO ESCRITO

Encontré y transcribo parte de un diálogo con Raúl A. Castagnino, Presidente de la Academia Argentina de Letras[1], que refleja lo que yo siento:
- ¿Le molestan al académico de letras las malas palabras?
- Están en los libros clásicos ¿Cómo me van a molestar?
- ¿Las usa?
- A mi leal saber y entender. Cuando las tengo que decir, las digo. El problema es usarlas cuando resulten necesarias, cuando traduzcan un estado interno explosivo. Y lo que molesta, ya sea en el cine o en la literatura, es abusar inútilmente de ellas. Me parece lógico y comprensible que Camilo José Cela
[2] haya escrito un diccionario de malas palabras.
- Hace mucho que no lo escucho pero había un sonsonete que se usaba en los barrios: hablar bien no cuesta un carajo y reporta un beneficio de la gran puta. ¿No era un desafío del barrio al mundo cerrado y distante del idioma puro?
- Cambiaron los conceptos de pureza idiomática. Ahora importa fundamentalmente que las palabras digan, aunque sea con crudeza, lo que tengan que decir.

El mismo autor se refiere más adelante al actor Enrique Pinti:
En su legendario espectáculo Salsa Criolla, salpicado de malas palabras del principio al fin, las dice muy bien, las asume, las defiende y responde a sus críticos: "Malas palabras son guerra, hambre, drogas, violencia".

[1] ULANOVSKY, Carlos; "Los argentinos por la boca mueren: cómo usamos y abusamos de la lengua / 1", Editorial Planeta, Buenos Aires 1993, página 156.
[2] Creo que se refiere a "Diccionario secreto", que busqué afanosamente en varias librerías y aún no lo he encontrado.

TABÚ


Escribí esto hace exactamente doce años
(agosto de 1995) pero lo siento actual





El Diccionario de la Lengua Española[1] dice que esta palabra proviene del polinesio tabú, lo prohibido, y tiene dos acepciones: prohibición de comer o tocar algún objeto, impuesta a sus adeptos por algunas religiones de la Polinesia y, por extensión, la condición de las personas, instituciones y cosas a las que no es lícito censurar o mencionar.
Según Norman L. Farberow, las primeras observaciones sobre el "tabú" -que también se conoce como "tapu, "katu" y "tambu"- en tanto noción y fuerza social, datan de 1771, y fueron las que el capitán Cook registró en su descripción de las costumbres polinesias en Tonga (Encyclopaedia Britannica, 1947). Cook analizó las clases y formas de tabú tal como aparecían en aquella cultura. El Webster's New International Dictionary (2a. ed.) define el tabú como algo que es "apartado o (hecho) sagrado por el uso religioso, o prohibido para ciertas personas o usos; tal que puede ser violado sólo al costo de liberación de poder mágico negativo". Es algo "vedado por tradición o uso social u otra autoridad; fuertemente reprobado como incompatible con las convenciones o creencias establecidas, a menudo entre los miembros de una clase particular ..." Es una interdicción sagrada que recae sobre el uso de ciertos objetos o palabras o la realización de ciertas acciones; la acción de imponer o el estado de estar sujeto a tal interdicción ... El tabú lo imponen por lo común jefes o sacerdotes ... El uso de los tabú se observa en la mayoría de las razas de cultura primitiva". Los tabú, sin embargo, no constituyen propiedad exclusiva de las culturas primitivas. Existen y ejercen poderosas influencias en todas las etapas de las civilizaciones más evolucionadas.
Sobre el tema, James George Frazer agrega[2]:
Incapaz de diferenciar claramente entre palabras y objetos, el salvaje imagina, por lo general, que el eslabón entre un nombre y el sujeto u objeto denominado no es una mera asociación arbitraria e ideológica, sino un verdadero y sustancial vínculo que une a los dos de tal modo que la magia puede actuar sobre una persona tan fácilmente por intermedio de su nombre como por medio de su pelo, sus uñas o cualquiera otra parte material de su persona.
Y David Loth[3], al inicio de su libro, dice:
Me propongo explorar en estas páginas los usos y costumbres que permitían a nuestros antepasados disfrutar de escritos sobre el sexo que poseían tanto gracia como verdad, y cómo fue que la alegría y la belleza se vieron desterradas de tales escritos. Asimismo, por qué se convirtieron en tabú las antiguas palabras que designaban los órganos genitales, los actos sexuales y las funciones excretoras, y fueron reemplazadas por alusiones despreciativas.


[1] "Diccionario de la Lengua Española"; Real Academia Española, Editorial Espasa Calpe, vigésima primera edición, Madrid 1992, tomo II, página 1930.
[2] FRAZER, James George; "La rama dorada"; traducción del inglés de Elizabeth y Tadeo I. Campuzano, Fondo de Cultura Económica, México 1986, página 290.
[3] LOTH, David; "Pornografía, erotismo y literatura"; versión castellana de Fernando Lida García, Editorial Paidos, Buenos Aires 1969, página 16.

PARIENDO ASOCIACIONES



A la salida del Taller, con toda la adrenalina y el entusiasmo que éste me provoca, ya en el colectivo comencé una lista de conexiones tendiente a ayudarme en futuros posteos:
- Las malas palabras en los grafitis
- Las malas palabras y el lunfardo
- Las malas palabras y el erotismo
- Las malas palabras en el fútbol
- Las malas palabras usadas como forma de violencia, sojuzgamiento, desacreditación, sometimiento (las reales malas palabras)
- Las malas palabras en la literatura
- Las malas palabras en canciones
- La diferencia entre malas palabras dichas y escritas
- Escritores malhablados
¿A quién se le ocurre otra relación?

MONÓLOGOS DE LA VAGINA


Después de varios días sin postear, ayer fui zamarreada (con cariño) por Alejandro y mis compañeros del Taller para que renovara mi compromiso con el blog. Con eso en mente, al llegar a casa enfilé para la biblioteca de donde rescaté “Monólogos de la vagina”, y de allí el párrafo que les copio, el que parece especialmente escrito para el tema que me ocupa:

… Pero antes que nada, empecemos por la palabra “vagina”. En el mejor de los casos, suena a una infección, puede que a un utensilio médico: “Rápido, enfermera, tráigame la vagina”. “Vagina” “Vagina” Por muchas veces que la digas, nunca suena como una palabra que quieras decir. Es una palabra totalmente ridícula, absolutamente antierótica. Si la dices durante el acto sexual, queriendo ser políticamente correcta –“Cariño, ¿podrías acariciarme la vagina?”-, indefectiblemente se termina el erotismo. Estoy preocupada por las vaginas, por cómo las llamamos y por cómo no las llamamos. En Great Neck, la llaman “conejito”. Una mujer de allí me contó que su madre solía decirle: “No te pongas bombacha debajo del pijama, cielo. Tienes que dejar que se te airee el conejito”. En Westchester le dicen “pooki”, en Nueva Jersey, “twat”. También está “polvera”, “chucha”, “popó”, “pepe”, “pepitilla”, “chumino”, cachucha”, “chochete”, “higo”, “amapola”, “chicha”, “argolla”, “hucha”, “chirri”, “almeja”, “chochín”, “pochola”, “cosa”, “pipi”, “felpudo”, “cueva”, “mongo”, “pijama”, “cotorra”, “bollo”, “cachu”, “cajeta”, “tamal”, “tortita”, “Connie”. “Mimi” en Miami, “empanadilla rajada” en Filadelfia, y “schmende” en el Bronx. Estoy preocupada por las vaginas.

Creo que cuando Eve Ensler escribió esto aún no se habían popularizado los blogs (ella habla de entrevistas) pero yo puedo aprovecharme de esta herramienta para preguntarles ¿quién me ayuda a encontrar otras formas de llamar a la vagina?

jueves, 16 de agosto de 2007

NIÑO, DEJA YA DE JODER CON LA PELOTA...




En el viaje de vuelta en tren, uno de esos “artistas” pedigüeños que nunca faltan, cantó la canción de Serrat “Esos locos bajitos”. Me quedó grabado el estribillo “Niño, deja ya de joder con la pelota...” y al llegar a casa se me ocurrió buscar la palabra joder en el Diccionario de la Real Academia Española (RAE) -vigésima primera edición-:


Joder (Del lat. futuēre) intr. Voz malsonante. Practicar el coito, fornicar. Ú. t. c. tr. // 2. tr. fig. Molestar, fastidiar. Ú. t. c. prnl. y c. intr.. // 3. fig. Destrozar, arruinar, echar a perder. Ú. t. c. prnl. // 4. Ú. c. interj. de enfado, irritación, asombro, etc.


Además de darme cuenta de cuantas abreviaturas usa un diccionario (parece los clasificados de Clarín), me encontré con una perlita: “voz malsonante”, y allí volví al diccionario:


Malsonante p. a. ant. de malsonar. Que suena mal // 2. adj. Aplícase a la doctrina o palabra que ofende los oídos de personas piadosas o de buen gusto.


Acá podría extenderme in eternum acerca de qué es el buen gusto, o quien está capacitado para reconocerlo, pero lo interesante es la manera en que la RAE califica a las malas palabras: voces malsonantes.


Por último, me pregunto:
¿Joder es una voz malsonante si se usa en su primera acepción pero no lo es si se usa en la segunda, tercera o cuarta?
¿Serrat hubiera conseguido el mismo impacto diciendo “Niño, deja ya de molestar con la pelota”?