“Curiosidades etimológicas” de Salvador Diego Navas, es el libro del que rescaté la historia de ciertos términos rufianescos y cuasi prohibidos aplicables al sexo masculino.
BUFARRÓN: de uso común en la República Argentina como deformación fonética de bujarrón, que la Academia registra como afecto a practicar el concúbito entre varones contra el orden natural. Del italiano buggerone y éste del latín bulgarus, o sea del reino de Bulgaria, cuyas hordas de guerreros, además de darse al saqueo, practicaban la sodomía con los habitantes de los puebles que invadían.
CAFISHIO: define al hombre que vive explotando a la mujer. Etimológicamente proviene del italiano stocafisso, alemán stock fisco, o sea pez palo. No eran los tratantes de blancas jóvenes deportistas, y su aspecto rígido, pálido, propio de la noche, les cargó este apelativo por comparación con el pescado seco. En el lunfardismo porteño, el término derivó en otros como cafiolo, canfinflero, canfle, fioca, ofica, y el verbo cafishiar “vivir de otro”. No debe confundirse cafishio con cadenero, que es el amante que vive de su mujer y la manda. Por otros motivos también apela a los peces el argot francés cuando al proxeneta se lo llama maquereau (macró en lunfardo) que no es otra cosa que la caballa, debido a las leyendas que entre los pescadores europeos mostraban a este pez como guía de los arenques hembra en su apareamiento con los machos.
CROTO: con este nombre se designa en nuestro país al vagabundo mal entrazado. Su historia se remonta a 1920, cuando José Camilo Crotto, a la sazón gobernador de la Provincia de Buenos Aires, para facilitar el traslado de braceros a la cosecha permitió que viajaran sin pagar en los trenes de carga, por lo cual la gente al verlos pasar decía: “ahí van los de Crotto” y luego simplemente los crotos, ya con una sola t. Decir que la idea del gobernador fue buena y merecedora de un aplauso sería provocar una coincidencia, ya que en la mitología griega fue Croto, hermano de leche de las musas, quien para mostrarles su admiración las felicitaba golpeando las palmas constituyéndose en inventor de los aplausos.
FARABUTE: en el lunfardo porteño es el hombre fanfarrón, poco creíble, de vida no muy clara y ostentosa. Un conocido tango dice: “Deschavate farabute, no naciste pa’cafishio, al laburo dedicate que ahí está tu salvación”. Sus antecedentes se encuentran en el italiano farabutto y el español haraute o faraute, ambos descendientes del alto alemán hariwalto = heraldo, Rey de Armas. Era éste el portavoz de los príncipes, quien publicaba sus órdenes y notiias, como lo había sido antes en Grecia, donde convocaba a los ejércitos. Poco a poco la palabra se apartó de este heraldo clásico, pasando a ser, en el principio de la comedia, quien hacía el prólogo. Fue luego el bullicioso entrometido que da a entender que lo dispone todo, y en su ruta descendente definió al trujimán, persona sagaz y astuta, luego al mensajero más aún al alcahuete, terminando su ocaso como sinónimo de mandilandín, criado de rufianes y mujeres públicas. Hoy su uso más corriente se aplica al charlatán ostentoso y hombre de poca confianza.
RUFIÁN: llámase rufián a quien hace el trato infame de mujeres públicas y también al hombre sin honor, perverso, despreciable. Etimológicamente derivado del latín rufus "pelirrojo", es rufian en francés y ruffiano en italiano. Para ubicar su origen debemos remontarnos a épocas imperiales cuando las meretrices romanas acostumbraban a adornar sus cabezas con pelucas rubias rojizas. Dante y Boccaccio emplean el término ruffiano, que se aplicaba al tratante de dichas mujeres, y en Bomarzo, cuando el protagonista visita en Florencia la casa de la cortesana Pantasilea, Manuel Mujica Láinez dice "entonces apareció Pantasilea. Su cabellera roja, teñida con los reflejos sutiles caros a los venecianos, en la cual se entrelazaban una frescas hojas de laureles con hilos de perlas". Así, con la raíz ruffo se creó la palabra rufián, que etimológicamente es quien hace el trato de mujeres de pelo rojo.